Sep 16 2015 03:34 Exhibiéndose a nivel nacional en 271 pantallas, Colombia: Magia Salvaje se estrenó en salas sumando 328. 786 espectadores. Eso la ha convertido en el mejor estreno colombiano de 2015. Por José Ubillús Este documental al estilo National Geographic es bueno, con excelente fotografía y narración pertinente. El experimentado cineasta británico Mike Slee dirigió un equipo de 87 técnicos (50 colombianos) que recorrieron los cuatro puntos cardinales del territorio nacional y la cámara pudo grabar exóticos lugares de relevante belleza con su respectiva fauna y flora. La Sierra Nevada, Amazonía, Llanos, Chocó, El Cocuy, el mar y las Serranías de Chiribiquete, son bellas cajas de Pandora que permiten observar y comprobar lo paradisiaco de Colombia. Gracias a COLOMBIA MAGIA SALVAJE se conoce que somos el segundo país con mayor biodiversidad del planeta, que el cincuenta por ciento de los páramos a nivel mundial se encuentran aquí y, entre otras cosas, que el río Cristales es el más hermoso de la tierra.
Colombia Magia Salvaje es un momento de gloria para la naturaleza. Existe el riesgo de que represente glorias en deterioro y extinción. De ahí su importancia para inspirar nuevas tendencias y nuevos comportamientos, que hagan que la belleza continúe, cada vez más prevalente e integrada al hombre mismo en muchos aspectos; cada vez más libre, separada, equilibrada y abundante en otros. Tráiler:
A esos espacios se refiere Colombia Magia Salvaje con base en una fotografía francamente espectacular que acerca al espectador a la intimidad natural, al estado de peligro e indefensión en que se hallan especies de increíble belleza, acostumbradas a ciclos de vida y muerte que se han repetido por miles de años y que la civilización pone en grave peligro. No se han distinguido los habitantes de Colombia por sus prácticas conservacionistas o respetuosas con el medio ambiente y con los preciosos tesoros naturales que inundan los territorios del país. Un terrible sino destructivo ha existido desde siempre, una particular pasión por acabar con pájaros, patos, venados, ardillas, nutrias, tigres, perezosos, serpientes; un instinto por pescar hasta la extinción utilizando métodos terribles como la dinamita o venenos o redes que no dan espacio para la continuidad de las especies. Pero es tan inmenso el territorio, tan diverso, tan misterioso, tan acogedor, que aún en las montañas que rodean a Medellín, la ciudad de casi tres millones de habitantes donde vivo se dan avistamientos de pumas, mientras que vistosas, aunque limitadas, bandadas de guacamayas surcan sus cielos urbanos.
Es una lástima, pues se pierde, al menos en parte, el gran sentido poético de la fotografía, que pudiera haber sido resaltado por algún bello texto que aportara cadencias literarias y musicales. Ante el afán de resaltar los aspectos salvajes de los ecosistemas, la película presta muy poca atención a las interacciones entre la naturaleza y el hombre. Casi no aparecen las ciudades ni los pueblos, ni los humanos, como parte de todo esto; y cuando aparecen, la fotografía se torna pobre y débil. Todo esto se puede interpretar como parte de la intencionalidad de la cinta que se refleja en su nombre mismo. Sin embargo, para generar verdadera y profunda conciencia conservacionista, dado el avance de lo urbano, habría que hacer planteamientos sobre el hombre y su papel; sobre el impacto que edificaciones, carreteras, obras públicas y amueblamiento ciudadano tienen sobre el ecosistema natural, sobre las posibilidades de coexistencia y de relaciones que permiten mantener la magia salvaje, en medio de la prevalente la magia urbana que se expande sin cesar.