Lo mejor es que todos, jugadores, directivos, árbitros y demás, somo hinchas: Lindo, no? Que digo lino, LINDÍSIMO… Todo, todo lo que dice Galeano tiene sentido y los que nos consideramos hinchas del fútbol seguro estamos de acuerdo con él. En su libro él también habla de ' El ídolo '. Pocos, muy pocos lastimosamente, son ídolos verdaderos, de esos que siempre, siempre estarán en nuestra cabeza. Y así se refiere el uruguayo a al rey de los jugadores, a la estrella que más brilla de las 22 luces que hay en una cancha: Ídolos son varios, los que se roban las miradas, los que llaman la atención, los que la hinchada alienta… Pero Dios Solo hay uno. Y ese, que ha inspirado a músicos, cantantes, escritores, directores de cine, tatuadores y hasta religiones, es ' Diego Armando Maradona': Con los pies hizo magia (y con la mano también, no nos olvidemos del mundial del 86). Con su zurda pintó, escribió y canto… Los que más lo sufrieron, obviamente, fueron los arqueros. Esos extraños personajes que tienen permitido lo prohibido, que usan lo que los demás deben esconder y que siempre están solos cuando el resto del equipo celebra, también hace parte de 'El fútbol a sol y sombra'. '
Sin embargo, yo siempre preferí el área popular, el lateral, aquel escenario de película neorrealista italiana en el que se producían situaciones cómicas: como aquel día que, ya con 18 ó 19 años, un futbolista del equipo rival, creyendo que le había insultado, me amenazó con pegarme dos hostias bien dadas al acabar el partido. Resacoso por haber pasado la noche en el Razzmatazz, me acerqué a él para aclarecer el entuerto, pero le acabé vomitando encima todos los vodka con Red Bull. Saltó directamente a por mí. Le tuvieron que sujetar. Y yo largarme cagando leches a casa a dormir la mona. También se vivían situaciones trágicas. Un día, un defensa rival despejó y el balón fue a parar a la cara de un pobre viejo. La pelota iba con tanta fuerza que el hombre cayó picando con la cabeza contra el suelo. Murió antes de que llegara la ambulancia. Sí, definitivamente, el Feliu Codina era el fútbol a sol y sombra. Si esto fuera un obituario al uso, tendría que emplear estas líneas para explicar que Eduardo Germán María Hughes Galeano (Montevideo, 3 de septiembre de 1940 – 13 de abril de 2015), más conocido como Eduardo Galeano, fue un periodista y escritor uruguayo, uno de los más imprescindibles representantes de la literatura latinoamericana del siglo XX, destacando entre su obra, que transciende géneros y estilos, títulos como Las venas abiertas de América Latina (1971) y Memoria del fuego (1986).
Voy por el mundo, por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: -"Una linda jugadita, por el amor de Dios". Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece. El libro, que describe jugada a jugada, pase a pase, cabezazo a cabezazo y gol a gol los mejores momentos, elementos y personajes del fútbol, fue escrito con las piernas de Pelé y la mano de Dios de Maradona. Pero bueno, para los que no me creen, acá les va un poco de lo que se puede encontrar en esta obra maestra. Eso si, ¿qué es mejor que leer apartes de los excelentes escritos de Galeano…? Pues oír al escritor con ese acento uruguayo mezclado con lo espeso de su voz leyendo partes de su libro. Por eso, y gracias a las facilidades que nos da la Internet, en vez de transcribir todo lo que el libro dice, alguno de los apartes literarios, porque aunque hable de fútbol es pura literatura, nos los cuenta el mismísimo Eduardo Galeano. Empecemos por 'El hincha', ese personaje que, aunque no hace parte del juego como tal, sin él no tiene mucho sentido.
"Aveces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos. " Una frase que alude a aquel que le saca lustre al balón, a ese que en general lleva la 10 en la espalda, que nos maravilla con la sutilidad de sus piernas cuales pinceles colorean el campo con la gambeta de estampa, pero sin error no hay crecimiento, y el crack debe equivocarse, pues no puede ser otra cosa que un ser humano.
Este libro rinde homenaje al fútbol, música del cuerpo, fiesta de los ojos, y también denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo. La tecnocracia del deporte profesional —escribe el autor— ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad. Escribiendo este libro, el autor ha querido hacer con las manos lo que nunca pudo hacer con las piernas. Cuando era niño, Galeano quería ser jugador de fútbol, pero sólo jugaba bien, y hasta muy bien, mientras dormía. Estamos enviando el reporte, aguarda un momento. Hemos recibido el reporte Intenta descargarlo nuevamente dentro de unas horas Gracias por tu colaboracion Debes esperar un momento para poder enviar otro reporte.
Pero hasta que el fútbol logre emanciparse de las limitaciones que le impone la industria, seguiremos –como Galeano- mendigando buen fútbol y también buena literatura, o al menos aquella que puede erizar la piel y conmover hasta las lágrimas como un gol olímpico o de chilena.
Eduardo Galeano murió a los 74 años. Intelectual por excelencia del balompié, figura irremplazable para aquellos que entendemos el fútbol como él Cuando era un mocoso, mis vecinos solían decir « aquest nen porta el futbol a la sang » (este niño lleva el fútbol en la sangre). Supongo que era porque mi único mundo era el comprendido entre los tres palos que delimitaban las porterías del Feliu Codina, el campo de la Unió Atlética Horta, el equipo de mi barrio, que por aquel entonces jugaba en Tercera División. Una categoría de la que, por aquellos años, también participaban históricos del fútbol barcelonés como el Sant Andreu o el Europa. ¡Los de barrio sí que eran derbis! El partido en casa siempre era el domingo a las 12 del mediodía entre un aroma en el que se mezclaban el salado de las pipas que comíamos los críos, y el dulzón etílico de los carajillos y el embriagador habanero de los puros con los que los adultos realizaban la previa del partido en el bar. El campo era una pedregal sin gradas en los goles.